La tecnología y el cambio tecnológico son reconocidos ahora como los motores principales en los cambios en el patrón territorial del desarrollo económico; el auge y caída de nuevos productos y procesos productivos se da en los territorios y depende, en gran medida, de las capacidades territoriales para tipos específicos de innovación.
Según Helmsing (2.000), dado el rápido cambio económico y tecnológico, las firmas necesitan desarrollar una capacidad dinámica para renovar, aumentar o adaptar sus habilidades de manera de mantener el rendimiento económico. La innovación y el aprendizaje son centrales y envuelven la combinación de diversos conocimientos tecnológicos, organizacionales y de mercado. Según Lawson y Lorenz (1999), tres cuestiones básicas en el aprendizaje organizacional son:
a] el aprendizaje depende de compartir conocimiento;
b] el nuevo conocimiento depende de la combinación de diversos conocimientos;
c] existe inercia organizacional.
Camagni por su lado argumenta que la incertidumbre yace en el corazón del problema de la innovación.
b] el nuevo conocimiento depende de la combinación de diversos conocimientos;
c] existe inercia organizacional.
Camagni por su lado argumenta que la incertidumbre yace en el corazón del problema de la innovación.
El aprendizaje colectivo regional es la forma de enfrentar la incertidumbre y la necesidad de coordinación. Según Helmsing, el aprendizaje colectivo puede ser entendido como la emergencia de un conocimiento básico común y de procedimientos a lo ancho de un conjunto de firmas geográficamente próximas, lo que facilita la cooperación y la solución de problemas comunes. Compárese con el concepto comentado más adelante de “sinergía cognitiva” de Boisier, éste más ideado para funcionar en el ámbito mesoeconómico y mesopolítico regional que en el ámbito microeconómico de las firmas El aprendizaje colectivo es particularmente importante para la pequeña y mediana empresa (PyME) cuyo problema principal no reside necesariamente en su tamaño sino en su aislamiento. “Como empresas individuales, actuando individualmente, están en una posición débil para competir. Les faltan recursos, economías de escala y de alcance de las cuales disponen las firmas grandes y les falta una voz política necesaria para influir sobre su propio entorno económico y político” (Sengenberger y Pyke, 1991,8, citados por Helmsing, 2000). Si no es mediante la asociatividad, el acceso a nuevas tecnologías se torna casi imposible.
La cuestión es que el aprendizaje colectivo así como otras formas de asociatividad requiere de una fuerte dosis de capital social, en los términos en que ahora se entiende este concepto, vale decir, redes de cooperación permanentes o no, basadas en la confianza interpersonal, capaces de operar en contextos de reciprocidad difusa, más allá de relaciones familiares o amicales y orientadas a la consecución de fines legítimos. No siempre los territorios en los cuales el aprendizaje colectivo de las firmas es más necesario cuentan con un adecuado stock de capital social.
En este contexto el concepto de activos relacionales de las empresas (Storper, 1997) aparece como central para asegurar la innovación y la competitividad. Estos activos relacionales incluyen reciprocidad, confianza, la naturaleza de los lazos entre empresas, convenciones y rutinas que atan a los agentes a las culturas corporativas, y las racionalidades conductuales y de acción, y la base cognitiva para el aprendizaje colectivo y la adaptación.
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